Hay silencios que hablan más que cualquier grito, y miradas que arrastran el eco de lo que no pudo ser. En Sueños interrumpidos, una niña arrodillada, con la tristeza dibujada en el rostro y la mirada perdida que se recuesta sobre un maniquí de costura resquebrajado, es como si buscara sostén en algo que ya no puede sostenerse.
A su alrededor, los relojes marcan un tiempo que parece haberse detenido… o haberse quebrado con ella. La escena, profundamente íntima, retrata ese instante doloroso en el que un sueño se rompe, y aún no se encuentra el valor para levantar la mirada.
Esta obra es un reflejo visual del duelo interior, de la fragilidad que todos cargamos en silencio, y del deseo de aferrarnos a algo aunque esté roto solo por no dejar ir del todo. Sueños interrumpidos no es solo una imagen melancólica, es una confesión muda, un susurro que nos recuerda que incluso en la tristeza más honda, hay belleza.
Porque a veces, solo debemos aprender a quedarnos quietos, en medio de los restos, mientras se reúne la fuerza para soñar de nuevo.